07 septiembre 2019

La finiquitad de la vida

Desde el momento mismo en el que nacemos inicia la cuenta regresiva de la finiquitad de nuestra existencia; unos tendrán más tiempo que otros en lo que los seres humanos solemos llamar: vida. Y aún así seguimos  empeñándonos en creer en la inmortalidad ¿por qué será? o en la creencia de la existencia de un más allá que parece darnos una pizca de esperanza "ilusoria" (desde mi perspectiva claramente puesto que no existe evidencia a favor de está vida ultra terrenal científicamente).

No obstante, creemos en ella por la fe. Por esos principios morales o religiosos en los que somos adoctrinados y no cuestionamos hasta que una crisis vital suele abalanzarse sobre la tan mencionada zona de confort. Ella se experimenta como una marea muy alta donde su oleaje nos revuelca hasta lograr por inercia o no,  medio colocarnos de pie hasta poder sostener el equilibrio mientras regresa a su normalidad. 

La vida es inexorable a la muerte, y la muerte es inexorable a la vida. Me gusta la frase de Machado, A: 

"La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos".  

Le tememos tanto a lo desconocido, a lo que  resulta inexplicable. La muerte es difícil de comprender aún cuando nos enfrenta al propio fin, a nuestros miedos; a un sin fin de cosas que no podemos experimentar sino hemos perdido a una persona cercana. Nos corta la respiración, nos hace sentirnos extraviados de lo que era la vida hasta ese momento en la que nos visita  a través de esa noticia irrefutable: ¡Ha muerto!, ¡Está agonizando!, ¡No hay latidos!. Nunca estaremos preparados para escuchar estas palabras. 

En los últimos años he comprendido que debemos aprender a morir para poder vivir cada día, de está forma nos concretamos en las cosas simples en aquellas que tienen más valor. En lo que realmente importa, dejando ir lo que nos resulta banal en este mundo. Así mismo, lo cita la biblia en 2 Corintios 5: 17: "...de modo que si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas...". Cada día debo tener la convicción de dejar ir, renunciar a un sin número de cosas, situaciones y personas que provocan en mí estados de ánimo, actitudes y aptitudes que no son productivas ni edificantes en mí vida,  familia y las personas que me rodean para poder crear la atmósfera correcta, deseada que me permita avanzar en está tierra. 

Cada día experimentamos un duelo porque cada nuevo amanecer con su oscurecer perdemos, soltamos, dejamos ir en esto que se llama cotidianidad. 

No he dejado de creer en que hay un cielo y un Dios misericordioso y poderoso pero si me he cuestionado en medio del dolor ¿Dónde estas?, ¡No te escucho!, ¡No te siento!, ¿Porqué ha mí?, ¿Qué me quieres enseñar o mostrar? y mucho más de lo que me atrevo a escribir. No obstante, mi corazón guarda un gran deseo de reencontrarme con mis muertos para abrazarles, besarles, reír  y compartir con ellos lo que se nos fue impedido compartir bajo este cielo. 

Mientras tanto como popularmente dicen para aliviarnos el corazón del dolor: ¡tengo comunicación directa con Dios! Los amo  y extraño con el alma. 

"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo" Mauriac, F. 

Dra. Leslie Corrales S. 
Presidenta FUNDABIR 
Psicóloga y Docente
Mamá en Duelo 



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